REFUERZOS DEL PRIMER PERIODO
BUENAS TARDES
HAY ESTUDIANTES QUE ESTÁN PENDIENTES CON NOTAS. DEBEN INGRESAR AL MÁSTER Y OBSERVAR QUE ESPACIOS ESTÁN EN BLANCO. Y TOMAR FOTO DE LA ACTIVIDAD Y ENVIÁRMELA AL SIGUIENTE CORREO: ESTO ES PARA DESPUÉS DE 20 ABRIL. (DESPUÉS DE VACACIONES.)
linamedinaprofe@gmail.com
ADEMAS LA SIGUIENTE ACTIVIDAD ES PARA LOS GRADOS 6 Y 7 DE LENGUA CASTELLANA PARA RECUPERACION PLAZO PARA ENTREGAR LA RECUPERACION 20 DE MARZO.
NOTA: OBSERVAR QUE ACTIVIDADES ES PARA GRADO 6 Y 7.
HAY ESTUDIANTES QUE ESTÁN PENDIENTES CON NOTAS. DEBEN INGRESAR AL MÁSTER Y OBSERVAR QUE ESPACIOS ESTÁN EN BLANCO. Y TOMAR FOTO DE LA ACTIVIDAD Y ENVIÁRMELA AL SIGUIENTE CORREO: ESTO ES PARA DESPUÉS DE 20 ABRIL. (DESPUÉS DE VACACIONES.)
linamedinaprofe@gmail.com
ADEMAS LA SIGUIENTE ACTIVIDAD ES PARA LOS GRADOS 6 Y 7 DE LENGUA CASTELLANA PARA RECUPERACION PLAZO PARA ENTREGAR LA RECUPERACION 20 DE MARZO.
NOTA: OBSERVAR QUE ACTIVIDADES ES PARA GRADO 6 Y 7.
LA PAPA, FRUTO DEL AMOR (LEYENDA)
Muy arriba en la cordillera, un joven quechua cotidianamente
cultivaba la tierra y mientras descansaba
de sus labores tocaba la flauta que siempre llevaba consigo, llenando el aire de melodías suaves y dulces. Sin embargo, él no sentía pena ninguna por los sentimientos propios de su juventud,
así como tampoco tenía placeres en tenerlos.
Le sucedió
un día que cuando más absorto estaba
tocando la flauta, llegó hasta él una virgen sacerdotisa del Sol y comenzó a
preguntarle por sus cultivos.
El labriego, al momento de verla, turbado hincó las rodillas en el suelo, maravillado de su gran hermosura. Entonces ella le pidió que no
temiese y estuvieron mucho tiempo conversando.
Las sacerdotisas del Sol podían pasear de día por la
Tierra y ver sus verdes prados, pero no podían faltar de noche en el templo del Sol.
Ellas vivían en suntuosas moradas y con aposentos ricamente labrados. Eran muchas, traídas de cada una de las cuatro provincias dependientes del Inca.
Al atardecer, la muchacha se despidió del labriego y
en el camino iba recordando su figura y todo lo que habían hablado. Al llegar,
luego de pasar frente a los guardias que cuidaban
el templo, entró en su aposento y en él permaneció largo rato, sin encontrar sosiego por el gran amor que había
cobrado al joven quechua. Se lamentaba de no poder dar muestra alguna de lo que
en su pecho sentía. Comprendía que para sanarse
no había otro remedio sino seguirse viendo con el que tanto quería, pero eso ya
le hacía ver su muerte.
Mientras tanto el labriego, luego de llegar a su
choza, trajo a la memoria la gran hermosura
de la virgen del Sol, y estando en este estado comenzó a entristecerse: la
nueva pasión que se había arraigado
en su pecho le hacía sentir y querer gozar
del amor, y con este sentimiento tomó su flauta y empezó a tocar tan
tristemente que hasta las duras piedras se entristecían.
Al amanecer, la joven virgen se vistió y cuando le
pareció que era la hora de irse a pasear por los llanos verdes de la
sierra salió y caminó hacia adonde había encontrado al joven labriego. En una
quebrada de la sierra lo halló. Apenas la vio,
él se hincó de rodillas delante de ella, vertiendo
algunas lágrimas. Ella lo abrazó y cobijó
con su manto y estuvo con su amado largo tiempo. Pero al poco rato sucedió que
uno de los guardias del templo los encontró en ese escondido lugar, y al ver lo
que pasaba, comenzó a dar grandes voces. Ellos huyeron hacia la sierra, pero el Inca los descubrió y condenó a los
amantes que violaron las leyes sagradas a una dura sentencia: a ser enterrados
vivos y juntos.
En un hoyo muy profundo
fueron sepultados, atados entre sí, sin lágrimas y quejas, mirando hacia arriba como la tierra los iba cubriendo.
Al llegar la noche, las estrellas parecían
desorientadas en su camino de los cielos. Al poco tiempo, los ríos fueron
quedando sin corriente, y los campos inmensos
del reino se volvieron estériles,
convertidos en polvo y piedra. Solo latiera que cubría a los jóvenes estaba a
salvo de la sequía, era fértil y
próspera.
Para alejar la maldición, los sacerdotes y adivinos
aconsejaron al Inca que desenterrara
a los amantes, que los quemara y desparramara sus cenizas por los cuatro
confines del imperio.
Comenzaron a remover la tierra pero no los encontraron.
Se les ordenó cavar más
profundamente, pero sólo hallaron un poderoso tallo subterráneo, mucho más
grueso en una de sus partes: era la papa. Sus raíces fueron plantadas por toda
las tierras del imperio, convirtiéndose en el principal alimento de los
andinos, el que los salvó del hambre y de la pobreza. De esta manera, los
amantes condenados viven hasta hoy,
inseparables en un mismo fruto de la tierra, nutriendo a su pueblo.
ACTIVIDAD GRADO 6
-
Responder:
- ¿Cuál es el motivo principal de la leyenda? Argumenta.
- ¿Por qué esta leyenda se debe considerar propia
de Latinoamérica? Argumenta.
- ¿Cuál fue la ley que violaron los amantes? Argumenta.
- ¿Cuál fue su castigo? Argumenta.
- ¿Qué desastres se desencadenaron después de la
muerte de los amantes? Argumenta.
- Explica fundamentando por qué los indígenas
creían que los sucesos catastróficos eran productos de una maldición.
Refiérase a cultura, religión y organización política de los Incas.
- ¿Qué enseñanza desprendes de esta historia? Argumenta.
- ¿Estarías dispuesto a morir por amor? Si – No -
¿Por qué?
- Cambia el final de la leyenda sin perder la trama
original.
- ¿Qué
significado tiene el titulo e la leyenda?
ACTIVIDADES GRADO 7.
- ¿Estarías dispuesto a morir por amor? Si – No - ¿Por qué?
- Cambia el final de la leyenda sin perder la trama original.
- ¿Qué significado tiene el titulo e la leyenda?
- Póngale otro título a la leyenda de acuerdo al contenido.
- Interpreta
el sentido de la siguiente frase” él se hincó de rodillas delante
de ella, vertiendo algunas lágrimas”.
- ¿Qué tipo de narrador posee la leyenda?
- Toma cada una de las palabras que aparecen en
negrita y ponga un sinónimo y un antónimo para cada una de ellas (en el
cuaderno).
- Elige un producto, lugar, vegetal o animal de tu
agrado y crea una leyenda (mínimo una página) para atribuirle un origen
mágico poético. Cuídate de ortografía, redacción y sintaxis. (en el
cuaderno).
- Representa la leyenda en diapositivas de Power Point. ( 6)
- Realiza una sopa de letras con términos de la
leyenda.
Lee el
siguiente texto
No Oyes Ladrar A Los
Perros
Juan Rulfo
Juan Rulfo
—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime
si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.
—No se ve nada.
—Ya debemos estar cerca.
—Sí, pero no se oye nada.
—Mira bien.
—No se ve nada.
—Pobre de ti, Ignacio.
La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante.
La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.
—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
—Sí, pero no veo rastro de nada.
—Me estoy cansando.
—Bájame.
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había traído desde entonces.
—¿Cómo te sientes?
—Mal.
Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando acababa aquello le preguntaba:
—¿Te duele mucho?
—Algo —contestaba él.
Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco." Se lo había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su sombra sobre la tierra.
—No veo ya por dónde voy —decía él.
Pero nadie le contestaba.
El otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.
—¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.
Y el otro se quedaba callado.
Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba para volver a tropezar de nuevo.
—Este no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves, tú que vas allá arriba, Ignacio?
—Bájame, padre.
—¿Te sientes mal?
—Sí
—Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.
Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.
—Te llevaré a Tonaya.
—Bájame.
Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
—Quiero acostarme un rato.
—Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.
La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas.
Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar.
—Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente... Y gente buena. Y si no, allí esta mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: “Ese no puede ser mi hijo.”
—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento sordo.
—No veo nada.
—Peor para ti, Ignacio.
—Tengo sed.
—¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír.
—Dame agua.
—Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.
—Tengo mucha sed y mucho sueño.
—Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces.
Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.
Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.
—¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra lástima”. ¿Pero usted, Ignacio?
—No se ve nada.
—Ya debemos estar cerca.
—Sí, pero no se oye nada.
—Mira bien.
—No se ve nada.
—Pobre de ti, Ignacio.
La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante.
La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.
—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
—Sí, pero no veo rastro de nada.
—Me estoy cansando.
—Bájame.
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había traído desde entonces.
—¿Cómo te sientes?
—Mal.
Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando acababa aquello le preguntaba:
—¿Te duele mucho?
—Algo —contestaba él.
Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco." Se lo había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su sombra sobre la tierra.
—No veo ya por dónde voy —decía él.
Pero nadie le contestaba.
El otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.
—¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.
Y el otro se quedaba callado.
Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba para volver a tropezar de nuevo.
—Este no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves, tú que vas allá arriba, Ignacio?
—Bájame, padre.
—¿Te sientes mal?
—Sí
—Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.
Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.
—Te llevaré a Tonaya.
—Bájame.
Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
—Quiero acostarme un rato.
—Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.
La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas.
Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar.
—Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente... Y gente buena. Y si no, allí esta mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: “Ese no puede ser mi hijo.”
—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento sordo.
—No veo nada.
—Peor para ti, Ignacio.
—Tengo sed.
—¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír.
—Dame agua.
—Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.
—Tengo mucha sed y mucho sueño.
—Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces.
Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.
Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.
—¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra lástima”. ¿Pero usted, Ignacio?
Allí estaba
ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión
de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban
en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el pretil
de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado.
Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.
—¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.
Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.
—¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.
Comprensión
de lectura GRADO 6.
·
Responde las siguientes preguntas:
1. ¿Por qué el padre carga a Ignacio
sobre sus hombros?
_____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
2. ¿Por qué el padre no escuchaba el ruido de Tonaya?
_____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
3. ¿Por qué el padre despierta el recuerdo de la madre de Ignacio?
_____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
4. ¿Qué es lo que el padre siente caer sobre sus hombros?
_____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
5.
¿Por qué el
padre había maldecido a su hijo?
_____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
6.
¿Qué le pasa
al hijo en el desenlace del cuento?
_____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
7.
¿Qué sentido
simbólico tiene la luna en el cuento?
_____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
8.
¿Por qué
razón el padre niega el agua a Ignacio?
_____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
9.
¿Por qué el
padre modifica el modo natural en que hablaba a su hijo (el tú por el usted)?
__________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
10.
El cuento
finaliza con la frase “-¿Y tú no los oías, Ignacio? –dijo-. No me ayudaste ni
siquiera con esta esperanza”. ¿Qué significado podría darse a la frase?
_________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
11.
¿Cuál es la
relación que se da a través de todo el cuento entre padre e hijo?
__________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
GRADO 7:A
1. ¿Qué sentido simbólico tiene la luna en el cuento?
_____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
2. ¿Por qué razón el padre niega el agua a Ignacio?
_____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
3. ¿Por qué el padre modifica el modo natural en que hablaba a su hijo (el tú por el usted)?
__________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
4. El cuento finaliza con la frase “-¿Y tú no los oías, Ignacio? –dijo-. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza”. ¿Qué significado podría darse a la frase?
_________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
5. ¿Cuál es la relación que se da a través de todo el cuento entre padre e hijo?
__________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
6. Realiza
un resumen del texto anterior.( 15 renglones)
Vocabulario Contextual
- En los ejercicios marque la
opción que pueda reemplazar en el texto la palabra ennegrecida, sin que este
cambie de sentido, aunque se produzcan diferencias de concordancia de género.
-
1. Reculando
a) Cediendo
b) Retrocediendo
c) Debilitando
d) Avanzando
|
2. Zarandeaban
a) Movían
b) Apretaban
c) Agitaban
d) Presionaban
|
3. Apéame
a) Bájame
b) Déjame
c) Apóyame
d) Abandóname
|
4. Reconvendría
a) Castigaría
b) Odiaría
c) Reprendería
d) Molestaría
|
5. Mortificaciones
a) Molestias
b) Penas
c) Tristezas
d) Miedos
|
6. Retacado
a) Atacado
b) Llenado
c) Hartado
d) Alimentad
|
7. Invéntate un cuento con la siguiente imagen, recuerda incluir otros
personajes (mínimo 15 renglones)
profesora cordial saludo . para preguntarle este taller es solo para los que tienen que recuperar.
ResponderEliminarProfe osea q es para los q le faltan notas
ResponderEliminarquien eres
ResponderEliminarProfe hay que copiar el cuento
ResponderEliminarTerry pss obvio
Eliminarprofe una pregunta y la autoevalucion
ResponderEliminarProfe es necesario de copiar el texto
ResponderEliminarNo solo. Le toma una foto y enviar al facebook
EliminarY ya 👍🏼
EliminarProfe hay que copiar eso
ResponderEliminarHay que dibujar la imagen
ResponderEliminarprofe hay que enviarlo a el correo o hay que copiar las preguntas y realizar la actividad en el cuaderno
ResponderEliminarprofe hay que hacer eso y si uno no va perdiendo su materia que
ResponderEliminarBuenas tardes profesora asta hora encontramos está página es para saber del primer periodo que debemos enviar muchas gracias espero pronta respuesta gracias
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ResponderEliminarculo
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